Lo imprevisible domina el mundo. Nos determina a los seres humanos, que recordamos nuestra capacidad limitada de control sobre el ritmo de la naturaleza y su poder cuando una pandemia como la actual nos sacude. Ya hace poco más de un siglo el belga Ilya Prigogine planteó -lo que le valió un Nobel- que el mundo no sigue estrictamente el modelo del reloj, previsible y determinado, sino que tiene aspectos caóticos. Fue el padre de la teoría del caos y del posterior llamado “efecto mariposa”, aplicable en ciencias tan diversas como la matemática y la psicología. Lo que plantea es que, por ejemplo, el aleteo de una mariposa en una punta del mundo puede provocar un huracán en el extremo opuesto, es decir, que pequeños cambios pueden conducir a consecuencias totalmente divergentes. El movimiento desordenado de los astros y la sincronización de las neuronas son sistemas no lineales. Caóticos. Y desatan hechos impredecibles, como una pandemia nacida en oriente y presente hasta en este otro extremo del mundo. La semilla de esta teoría es que la secuencia interminable de hechos, aparentemente desencadenados entre sí, acaban por tener consecuencias completamente impredecibles.
Ahora bien. Acciones deliberadas de nosotros, los seres humanos, colaboran con el caos. Lejos de ser aquellos autómatas de la literatura obramos como tales en condiciones en las que la humanidad está más preparada que nunca para achicar los márgenes de arbitrariedad.
La irresponsabilidad institucional e individual que explotaron en este tiempo de aislamiento social dan pruebas de ello. Para algunos parecer ser una necesidad la de romper las reglas, aunque eso pueda significar un mal no tan sólo para ellos, sino para sus familias y para la sociedad en su conjunto. El “caso Bussi” es un ejemplo. ¿Por qué no guardó cuarentena si había sido sometido a un análisis por posible covid-19? ¿Por qué dio fechas distintas de su viaje al exterior en distintas entrevistas periodísticas? ¿Qué necesidad había de deambular por espacios institucionales y públicos ante la mera duda de que su salud podía estar afectada y podía perjudicar a terceros? Fue imprudente e irresponsable, más aún para alguien de su responsabilidad pública. Será el mismo legislador, en algún momento, quien dará las respuestas que hoy le exigen decenas de personas que tuvieron contacto con él.
Los más de 1.000 detenidos por violar el aislamiento, los otros incontables que lo hacen “sin ser descubiertos” y los que creen que el sálvese quien pueda será válido en esta ocasión son los padres de la pandemia. Nadie saldrá solo ni será inmune a esta suerte de enfermedad social, en lo literal y en lo metafórico. La idea que machacan a mansalva los infectólogos parece no cursar efecto en los individuos que se creen todopoderosos: la única “vacuna” contra el coronavirus es el esfuerzo comunitario, en este caso, el del aislamiento.
En este verdadero cambio de era que significa la actual pandemia también emergen los “amantes del caos”, aquellos que echan leña al fuego del temor colectivo. Son los que se sienten cómodos con el miedo y con diseminarlo, compartiendo versiones apocalípticas y tratando de convencer a todos que se acerca el fin de los tiempos. La pandemia de la desinformación cunde a partir de sus pequeñas acciones, con cuyo aleteo provocan verdaderos huracanes en sus receptores.
La verdadera prueba para la humanidad en su conjunto, y para los tucumanos en particular, es qué tan dispuestos y preparados estamos para enfrentar una realidad dura para una mayoría cómoda con el individualismo: la sociedad, que todos integramos, podrá salvarnos. O hundirnos en males peores.